Exhaustos sobre el barbecho |

Exhaustos sobre el barbecho

¿Qué pensarán de las cifras los caballos desde el Cielo?

Cuentan que hubo ocho millones de muertos al borde del camino, en las trincheras, algunos en las cuadras esperaron que escampara, ingenuos ellos, mientras fuera la granizada arreciaba. Fueron sacados de sus hogares, ya nunca volverían a ver a sus amigos de fatigas y llagas. Ignoran que fueron ellos víctimas de la locura humana. Ninguna culpa tuvieron ni de odios e inquinas ajenas ni de políticas suicidas ni de ansias de ocupación de tierra enemiga, pues no tienen ellos enemigos sino compañeros de pasto y cobertizo.

Si hierba comen en lugar de carne humana ¿por qué servimos sus filetes en plato combinado con patatas? ¿Por qué el sabor de sus lenguas sobrepasa el afecto que les debemos? ¿Nos devolverán esas lenguas la sal que degustaron? ¿Es que no han hecho todavía lo suficiente por nosotros como para que hagamos un hueco en el menú?

Cuentan sus amos que el músculo equino fortalece cierto músculo humano, ese que tanto aprecian hombres y mujeres llegado el caso. Y el caso llega cada noche, o cada semana, o cada año bisiesto, según apetencia y posibilidades.

¿Por qué los humanos maltratamos a los caballos hasta que quedan exhaustos sobre el barbecho?

Callan, cobardes, los muchachos mientras comen. Oyen el camión, relincha Pilgrim, sin duda pide auxilio a sus amigos de juegos, les recuerda en su grupa siendo niños. Callan los muchachos mientras comen.

Pilgrim se convence de que aquello es un mal sueño, que nadie le lleva al matadero, que se esfumará la pesadilla, que volverán de visita sus amigos, que le rascarán el lomo, que él responderá con vaho tierno y belfos trémulos, que le frotarán con el ünguento de mamá la pata herida hasta que sane, que pasearán los tres por la ladera, que echarán otra siesta bajo el árbol, todos juntos sobre la hojarasca que regaló el otoño, que regresarán a casa sin prisa. Porque nada hay como pasear con los amigos. Sabe que sueña despierto, no quiere mostrar que lo sabe todo, que siempre supo de su egoísmo, de sus mentiras, de todas sus maldades: hoy me sirves de juguete, mañana te sacrifico. Más que un juguete roto eres un juguete muerto. Mamá calla mientras come, consciente de que no hacía aquella pomada milagrosa por él, sino por que siguiera vivo otra temporada, antes de mandarlo al matadero. Pero se ilusiona imaginando que una lágrima corre por la mejilla de la mujer, tan dada como fue siempre al lloriqueo. Él le acompaña con la suya. Callan los muchachos, cobardes, mientras comen. Saben que Pilgrim lo sabe todo.

En una calle de Nueva York el iracundo conductor molía a latigazos a su enjuto compañero. El viejo Berg le amonesta ante el gentío silente, calla también él. Responde el dueño que el caballo no sufre con el castigo. La pregunta sale rauda de su boca: “Entonces, ¿por qué le pega?”.

KEPA TAMAMES

Escritor

ATEA (Asociación para un Trato Ético con los Animales)

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