Visto en Barcelona: Moha, el peluquero callejero que te hace un degradado pelobrócoli sentado en un banco público
En el pintoresco y surrealista paisaje de las calles de Barcelona, entre vendedores ambulantes de gafas de sol, carteristas importados, músicos que no afinan ni por casualidad y turistas que piensan que la Sagrada Familia ya está acabada, emerge un nuevo protagonista: Moha, tu peluquero callejero (el nombre nos lo hemos inventado).
Sin pagar impuestos, sin licencia, sin normativas, pero, eso sí, con unas tijeras afiladas y mucho arte. ¿Lo mejor? Todo esto sucede en una ciudad que parece sacada de un sketch de “Humor Amarillo” y en un país que, según algunos, es más un chiste que una nación.
Moha no es solo un peluquero. Es un filósofo, un hombre de negocios y, probablemente, el tipo que sabe exactamente cuántos días pueden pasar antes de que un policía decida dejar de hacerse el loco y le pida explicaciones. Mientras las peluquerías convencionales se asfixian entre papeles, licencias, inspectores y, por supuesto, esos impuestos que te recuerdan que pagar a Hacienda es como ir al dentista (doloroso pero inevitable), Moha se ríe en la cara de la burocracia. “¿Normativas? Eso es para los débiles”, podría decir entre tijeretazo y tijeretazo mientras te hace un degradado para parecer un pelobrócoli.
La técnica de Moha es simple: no le hace falta ni sacar una silla de plástico y plantarla en una esquina cualquiera, para transformar cualquier rincón del Eixample en el salón más ‘cool’ de la ciudad. Ni eso le hace falta. Te corta sentado en un banco ubicado en pleno centro, junto a los miles de barceloneses y turistas que pasan a diario, y a un paso de las terrazas donde los turistas se atiborran a pinchos. Barcelona es tremendamente surrealista.