La Capital y el capital |

La opinión de Anarcarural (@anarcareserva en Twitter)

𝐋𝐚 𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐚𝐥 𝐲 𝐞𝐥 𝐜𝐚𝐩𝐢𝐭𝐚𝐥

Recuerdo mis veranos en el pueblo. Madrugaba con el canto del gallo, el crujir de las vigas de madera y la estridulación de las cigarras. Cada mañana iba con mi abuelo a la huerta a abrir los riegos de las judías y las patatas.

En mi pueblo no era Adrián, yo era «el de Tío Quico» o «el de la Rosario». Así me presentaba siempre a los mayores cuando me invitaban a su casa a darme unas pastas y un Colacao. «Llévale estos calabacines a tu abuela, que se los manda tía Faustina» me decían.

La ideología ha asesinado la política y a la comunidad. Es, en palabras de Ortega y Gasset, la derrota del hombre frente a la masa. La política ha abandonado ya casi completamente cualquier orden de lo pequeño y vecinal. Lo comunitario se sustituye por lo social. El hogar se convierte en la máquina de vivir de Le Corbusier. Lo artesanal se reemplaza por lo industrial.

Las campañas municipales cada vez prestan más atención a las disputas ideológicas nacionales o internacionales que a las aceras sin asfaltar. La capital no es más que el símbolo de esa derrota. Es la pugna del hombre contra la masa amorfa, turbia y anónima que lo devora.

En la capital se ha roto cualquier lazo comunitario. Ya no existen los barrios, solo quedan los bloques de pisos, las unidades administrativas y sus habitantes. Tampoco existen los nombres, ni «los hijos de». Sólo hay números de DNI, de la Seguridad Social y direcciones de Amazon. El individuo en la capital es atómico —indivisible y aislado— ni siquiera conoce a sus vecinos para pedirles la sal. Edwin, de Glovo, la traerá a cambio de una propina si andas perezoso.

La política de aldea desapareció atendiendo criterios de «eficiencia y uniformidad conforme a la legalidad vigente». La escala dejó de ser humana para ser industrial. El liberalismo que heredamos del siglo XVIII, en su forma más desvirtuada y descarnada, sustituye como motor del darwinismo social a la fuerza por el capital, mucho más sutil, como vector del poder. El capital, hoy, es el instrumento dominador del hombre por el hombre. La competencia entre el fuerte y el débil es ya la del rico contra el pobre.

Aquí no se ataca al instrumento sino a su uso. Esto es una oda a la clase media en peligro de extinción; es la demanda de una miríada de pequeños propietarios. La distribución equitativa y la redistribución igualitaria son partituras opuestas: una toca al son del socialismo envenenado y la otra a la de un banquete en las fiestas de un barrio.

Aquí se ataca a la dificultad del acceso a la propiedad y al ahorro. AL robo sistemático de la riqueza de los ciudadanos. La pobreza del condenado a no tener más que su salario, desposeído de futuro y de nombre, cuya cartera solo contiene su DNI y lo justo para pasar el mes. Ni siquiera la foto de una madre.

Un propietario más, un proletario menos.

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